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Prevención de la apatridia en Uruguay: “Hemos dado un paso gigante; queríamos ser parte de la solución”

Historias

Prevención de la apatridia en Uruguay: “Hemos dado un paso gigante; queríamos ser parte de la solución”

Gulnor Saratbekova, una mujer apátrida nacida en Tayikistán y que vive hace 25 años en Montevideo, fue la primera persona en recibir el nuevo pasaporte uruguayo. Este documento fue rediseñado por el Ministerio del Interior para resguardar la seguridad de unas 16 mil personas y prevenir la apatridia.
16 Junio 2025
Una mujer muestra su pasaporte sonriendo.

Gulnor fue la primera ciudadana legal uruguaya en recibir el nuevo pasaporte que garantiza su seguridad.

Gulnor tenía 19 años y dos valijas cuando llegó a Uruguay. El primer día le impresionó el frío húmedo del invierno y el color marrón del Río de la Plata. Ese fue el shock inicial: no encontrar calor ni aguas cristalinas. “Me vine con la idea de que me iba al Caribe. Me había imaginado playas y palmeras…”, confiesa. Luego tocó aprender el idioma, ir por las calles, ver los carteles. Sorprenderse. “Me llamaron la atención las rejas en las casas. Nunca había visto tantas… me preguntaba por qué. Y las manifestaciones: no era algo común en Tayikistán”.

Gulnor había sufrido de primera mano la guerra civil, tras la disolución de la Unión Soviética. Ella y su familia pertenecían a la etnia Pamiri, muchos de cuyos integrantes debieron desplazarse internamente debido al conflicto en Tayikistán. Gulnor tuvo que dejar su casa, y pasar a vivir como desplazada interna en la región de Gorno (Badajshán), al este del país asiático. Fue allí que conoció a un uruguayo, con quien luego se casó en Montevideo y tuvo su primer hijo: Matías.

Viniendo de un país que sufrió todos los coletazos de un conflicto bélico – hambre, escasez, bloqueo – Gulnor encontró en Uruguay un lugar donde rehacer su vida. Comenzó la facultad, conoció a su grupo de amigas. Luego vinieron la rambla (así se le llama al paseo costero en Montevideo), las rondas de mate tan típicas. Tras su llegada al país, pudo valorar en primera persona la calidez de la gente, la cultura, la comida. La paz de un país tranquilo. Se convirtió en ciudadana legal uruguaya. Hasta que en 2016, lo que en principio podía parecer un detalle – uno de los campos de su pasaporte – comenzó a transformarse en un obstáculo cada vez mayor.

La razón: el país diferencia entre ciudadanía legal – una categoría que incluye a personas nacidas en el extranjero que han adquirido la ciudadanía uruguaya tras cumplir determinados requisitos de residencia y arraigo – y nacionalidad, reservada para las personas nacidas en el país, sus hijos y nietos. Esta distinción llevó a que en los pasaportes de 16 mil ciudadanos legales no se consignara el código de Uruguay (URY) en el campo de nacionalidad. En cambio, sí se hacía constar el lugar de nacimiento de la persona, aún si estas no poseyeran esa nacionalidad. Por ejemplo, si bien Gulnor era ciudadana uruguaya, en su documento de viaje sólo figuraba que había nacido en Tayikistán.

Para muchos, esto significó que vieran truncados sus planes de viaje. Otras personas sufrieron largas esperas, detenciones arbitrarias y algunos ciudadanos legales uruguayos incluso fueron deportados. Lo que en un principio parecía un simple detalle – el lugar de nacimiento estampado en un documento – comenzó a generar alarma entre los ciudadanos legales uruguayos, con afectaciones concretas sobre sus planes de vida. En el caso de Gulnor, las demoras a la hora de tomar un vuelo se hicieron la norma.

Pero no sólo: también el miedo a ser detenida o expulsada al realizar un viaje al exterior, que se sumó al calvario de la apatridia. En su caso, Tayikistán interpretó que ella adquirió la nacionalidad uruguaya, y al no aceptar ese país la doble nacionalidad, Gulnor perdió la de origen. Pero tampoco adquirió una nueva, dado que Uruguay interpreta que la ciudadanía legal no equivale a la nacionalidad. La carrera de obstáculos que suele recorrer cualquier persona refugiada o apátrida sumó, con las dificultades del pasaporte, una nueva e inesperada barrera.

Una familia compuesta de padre, madre, un niño y una niña posa para la cámara sonriendo.

El día que Gulnor recibió junto a su familia su diploma, luego de cursar un posgrado en temas de sustentabilidad.

De ese laberinto nació “Somos Todos Uruguayos”, una organización que hace siete años comenzó a agrupar a personas atravesadas por el mismo problema. Comenzaron a encontrarse entre ellas. Luego, a ponerse en contacto con partidos políticos, autoridades, universidades, agrupaciones, organizaciones de derechos humanos. Gulnor lo recuerda así: “Fuimos buscando caminos diferentes para generar estas conversaciones, entender bien la problemática y pensar cómo la podíamos solucionar. Queríamos ser parte de la solución”.

Algunas reuniones incluyeron a organismos internacionales y, más concretamente, a ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados. “Hemos sentido mucho, muchísimo, el apoyo de ACNUR. Ha sido fundamental. Las recomendaciones que realizó al Estado uruguayo, las reuniones que hemos tenido han sido un apoyo enorme en todo este proceso”, destaca. La audiencia que mantuvieron el año pasado con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en Washington fue un paso clave que coronó ese proceso. Allí, “Somos Todos Uruguayos” logró colocar el tema del derecho a la identidad y la nacionalidad en la agenda política. Gulnor sostiene que la premisa básica que les animó para encontrar una solución fue siempre “Tocar todas las puertas”.

Luego de siete años de marchas y contramarchas, las puertas finalmente se abrieron. Hace un mes, Gulnor recibió una llamada del Ministerio del Interior de Uruguay anunciándole que sería la primera persona en tener un nuevo pasaporte que introduce el campo “nacionalidad/ciudadanía” con el código país de Uruguay y elimina el campo de lugar de nacimiento. Un cambio pequeño en la letra pero enorme para todas las personas con ciudadanía legal uruguaya.

Cuando sonó su teléfono, a Gulnor se le hizo un nudo en la garganta. Sintió que recuperaba una libertad perdida – la de viajar por el mundo – y un derecho: el de la identidad. Fue consciente, en ese momento, que sus hijos podrían viajar por primera vez a Tayikistán y conocer a su abuela, a quien hasta ahora sólo vieron en fotos o videollamadas. “Es un paso gigante el que hemos dado. El primer paso es que todos los ciudadanos legales puedan viajar con tranquilidad y tener los mismos derechos que cualquier persona uruguaya”, subraya.

Como Gulnor, más de 16.000 personas podrían ser alcanzadas por esta solución, según algunas estimaciones. Muchas de ellas provienen de Cuba y Venezuela, de acuerdo con datos proporcionados por la Dirección Nacional de Identificación Civil de Uruguay.

El segundo paso, dirá luego, es la protección de los niñas y niños. Para ello, en “Somos Todos Uruguayos” se encuentran impulsando una ley de naturalización para menores de edad. “Nosotros entendemos que es fundamental que una ley garantice sus derechos. Si no, hasta los 18 no pueden comenzar con el proceso de la ciudadanía legal”, enfatiza.

Gulnor no baja los brazos. Porque, sostiene, “Uruguay es un lugar de esperanza, donde los derechos humanos prevalecen ante todo. Es un país muy vanguardista, y esta ley que estamos proponiendo va en esa dirección”. Lo dice con ese sentido del deber de quien se sabe uruguaya. Una más. Con la certeza de que esta historia, su historia, ya es parte de la de todos.

En los últimos meses, los recortes de fondos al sector humanitario podrían traducirse en la suspensión de programas y apoyos clave de asistencia, soluciones duraderas, integración, formación e inserción laboral y acceso a la documentación, entre otras herramientas esenciales para reconstruir la vida de las personas forzadas a huir. Historias como la de Gulnor, que hoy es un ejemplo de resiliencia y contribución, fueron posibles en parte gracias a ese apoyo.

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